Asambleas socioambientales

Asambleas, organizaciones sociales, multisectoriales

Esquel marcó un camino para decenas de asambleas de todo el país. Un pueblo movilizado que rechaza, en la calle y en las urnas, a una corporación minera y, al mismo tiempo, cuestiona a distintos estratos de Gobierno. Al mismo tiempo, Esquel germinó tomando experiencias de la lucha antinuclear de Chubut (cuando quisieron convertir a Gastre en un basurero radioactivo) y del proceso asambleario post 19/20 de diciembre de 2001.

Pasaron más de diez años y Esquel sigue en lucha contra las mineras y contra intendentes, gobernadores y funcionarios nacionales. ¿Cómo hicieron para estar diez años en la calle, movilizados? Un asambleísta, ya no recuerdo quién, utilizó una metáfora que es de uso frecuente en la Patagonia: “Esto es como un calefón. Muchos momentos estamos en piloto, no hay mucha gente marchando, no somos tantos en las reuniones, pero… ¡pasa algo y se enciende! Tenés miles en la calle, cientos en la asamblea. ¡Es impresionante!”.

En marzo de 2013 fui testigo privilegiado de ese “pasa algo” que hizo encender el calefón. Se cumplieron diez años del “no a la mina” de Esquel y miles estuvieron en la calle. Y sucedió lo mismo a fines de 2014, cuando la Legislatura de Chubut se burló de una propuesta de ley impulsada por la población (para prohibir la megaminería) y la transformó en todo lo contrario. Pero ya no fue sólo Esquel. También salieron a la calle una decena de pueblos de la provincia, incluidas las localidades de la meseta de Chubut.

En 2012, en Loncopué (Neuquén), otra población que luchó para poder votar su futuro. No se trataba de una boleta con nombre, apellido y promesas que suelen esfumarse el primer día de gestión. Era más importante. “Sí” o “No”. El Movimiento Popular Neuquino, que gobierno la provincia desde hace medio siglo, no quería que Loncopué se expresa mediante el voto. Pero Loncopué votó. Y más del 80 por ciento le dijo “no” a la megaminería. Esa noche hubo festejo en las casas de esa pequeña y hermosa ciudad neuquina. Y lo dijeron esa misma noche: la lucha de Loncopué fue posible gracias a Esquel, a Famatina y Chilecito, a Andalgalá, a Jáchal y a decenas de pueblos de la Argentina profunda.

Las asambleas socioambientales caminan y van pariendo organizaciones. Muchas participan de la Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC), otras transitan caminos paralelos.

Malvinas Argentinas, en Córdoba, era una de los tantas localidades que nacen y crecen en los márgenes de las capitales. En 2012 se entero, por televisión, que la mayor multinacional del agro (Monsanto) se instalaría en su barrio.

¿Quién puede imaginar a una pequeña población en lucha contra Monsanto? La empresa cuenta con el apoyo de los tres niveles de Gobierno. Municipal (UCR), Provincial (PJ enfrentado al kirchnerismo) y Nación (FPV-PJ). ¿Qué posibilidades tienen de frenar su instalación?

En septiembre de 2014 hubo fiesta en Malvinas Argentinas. Se cumplió un año del freno a Monsanto. Costó media docena de represiones, veintena de detenidos, gases lacrimógenos, palazos policiales. Y, sobre todo, cientos de horas de organización y marchas en las calles.

Es cierto que no está dicha la última palabra. Monsanto aún no se fue. Pero Malvinas Argentinas está de pie, en lucha. Y tienen un ejemplo cercano de que es posible: en Río Cuarto, donde las asambleas lograron que el Intendente prohíba la instalación de una planta experimental de la misma empresa.

Y también dicen presente las asambleas de la capital riojana luchando contra el uranio, las de Salta contra una planta de explosivos (en la localidad de El Galpón), los entrerrianos contra las pasteras y ahora de pié frente a la explotación petrolera con la técnica del fractura hidráulica (al igual que la multisectorial y las asambleas de Neuquén con el fracking iniciado por Chevron-YPF).

Decenas de pueblos, organizaciones sociales y asambleas salen a la calle contra las fumigaciones con agrotóxicos. Gritaban en soledad que sus hijos enfermaban, pero pocos le creían. Chaco, Misiones, Santa Fe, Entre Ríos, Buenos Aires, San Luis y Córdoba, entre otras, provincias. Hoy pocos se animan a negar la relación entre el modelo agropecuario y las enfermedades. Nunca falta quien quiere correr por izquierda y chicanea con que “no lograron prohibir los agrotóxicos”. Claro que no, pero en no pocos casos lograron que sus hijos ya no sean fumigados. Y que no enfermen. Y no es poco (aunque a la vanguardia iluminada le cueste entender).

En pleno menemismo, 1995, el pueblo misionero dio una lucha histórica contra la construcción de una represa entre Argentina y Paraguay (llamada “Corpus Christi). Luego de un largo proceso de debates y marchas, en abril de 1996 la población de Misiones votó. El 88 por ciento de los misioneros dijo “no” a la construcción de la represas binacional. El hecho marcó un hito en la memoria de luchas de la provincia.

Pero el Gobierno insiste. Ahora junto a Brasil, intenta construir la represa de Garabí, que inundará 40 mil hectáreas (dos veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires) y desalojará 2500 familias. En Misiones está vigente la Ley 56, que obliga al Gobernador a llamar a votación ante cualquier nuevo proyecto hidroeléctrico. Pero desde hace tres años que el gobernador Maurice Closs rechaza convocar a las urnas.

La Mesa Provincial No a las Represas reúne a 46 organizaciones sociales, indígenas, campesinas, sindicatos e iglesias. Ante la negativa del Gobierno, organizó una consulta popular. Se realizó en toda la provincia entre el 20 y 26 de octubre de 2014, mil urnas, DNI en mano, cuartos oscuros, práctica democrática. Votaron 120.418 personas. El 96,82 por ciento votó por el rechazo a nuevas represas. Exigen que el gobierno provincial “cumpla la ley” y llame a votación obligatoria y vinculante.

En los últimos veinte años se realizaron en Argentina cuatro votaciones referidas al extractivismo. En todas ganó ampliamente el rechazo a represas y mineras.

No es casualidad que la casta política rechace la democracia directa.

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