Abr 22, 2024 | Destacados, General
Por Darío Aranda
Zafrero desde niño. Evangelizado sin elegirlo. Escolarizado con discriminación y violencia. Servicio militar, jurar la bandera y cantar el himno. Todos los pasos que el Estado y la Iglesia marcan para borrar raíces. Pero Marcos Pastrana resistió. Azar, rebeldía, destino, perseverancia, lucha o todo eso junto. Este diaguita de 72 años, de Tafí del Valle (Tucumán), realiza una lectura histórica, desde los comunitario hasta lo nacional y global. Interpela la democracia representativa, la economía, al Poder Judicial, el extractivismo y, en definitiva, realiza una crítica sistémica.
Una voz, y una historia, reflejo del pasado y el presente indígena.
Raíces
Nacido el 5 de febrero de 1946, su nombre completo es Marcos Benito Jesús Pastrana. Marcos por su padre. Benito por «pedido» del dueño de la estancia donde trabajaba su madre. Jesús porque una tía rogaba al supuesto hijo de Dios que Marcos nazca vivo.
El apellido, común en los Valles Calchaquíes, proviene de España. Marcos Pastrana realizó la genealogía y explica que data de 1600 en el norte argentino. Su abuelo, Eustaquio, nació en 1982, en Tafí del Valle, se casó con Gabriela Romano. El matrimonio tuvo nueve hijos, entre ellos el padre de Marcos.
Su madre, María Clara Flores, hija natural de Felipa Flores. Desde los 9 años vivió y trabajó en una estancia. Recién pudo salir a los 20 años, cuando se casó.
Con tres meses de vida, Marcos Pastrana tuvo su primera zafra. Toda la familia se trasladaba a pelar caña de azúcar al Ingenio San Pablo. Tiene recuerdos de niño, ya 6 y 7 años, de ir a caballo rumbo al ingenio.
De su madre recuerda que le enseñó a leer. Ella pudo llegar hasta 4° grado y solía decirle que debía estudiar «para ser alguien». Marcos lo reflexionó ya de adulto: «Con el tiempo me di cuenta que ya era alguien, era un originario de esta tierra».
Política de Estado
El audio es de sólo tres minutos. Circuló a inicios de 2017 por WhastsApp. Con simpleza, Pastrana realiza un análisis pedagógico, profundo y conmovedor de la situación indígena de Argentina. “Una política de Estado tiene tres patas esenciales: voluntad política, decisión administrativa y presupuesto. Los desalojos contra pueblos indígenas son claramente una política de Estado, actual y desde siempre del estado argentino. Porque los desalojos tienen una voluntad política, por eso se hacen. Tiene una decisión administrativa porque ponen todos los medios a disposición para que se ejecuten. Y tiene presupuesto, donde se moviliza todo el aparato necesario”.
Pastrana, que se lo escucha sereno pero también firme, resume: “La política del Estado argentino y del Estado provincial y municipal es desalojar y hacer desaparecer a las comunidades y pueblos indígenas. Es la triste realidad”.
Enumera las leyes vigentes que no se cumplen, cuestiona a los tres poderes del Estado y llama a organizarse y luchar.
Peor momento
Pastrana no recuerda buenos momentos del estado argentino para con los pueblos indígenas, aunque sí de mayor o menor participación. Lo que no duda es que, desde la vuelta de la democracia, este es el peor momento. «La política pública del Estado está declarada a combatir y si es posible terminar de desterritorializar a los pueblos originarios», afirma.
Cita como ejemplo la represión al Pueblos Mapuche, pero aclara que lo mismo sucede en el norte del país, centro y en cada lugar donde una comunidad lucha. Y recuerda que no se trata sólo del gobierno nacional, sino también a los gobernadores.
Pastrana aborda distintos tópicos. Da una vuelta de rosca, reinterpreta conceptos que parecen estáticos para el pensamiento conservador. «Desde lo económico el desastre es absoluto. Aquí hay que aclarar que la economía no es solo lo financiero, la acumulación de divisas, sino también todo lo que hace a la administración de bienes comunes de un pueblo. Economía es agua, es aire, son los ríos, el monte nativo. Y eso no está en agenda de los responsables de políticas públicas».
Para abordar la situación ambiental invita a visitar Andalgalá (donde desde hace veinte años opera Minera Alumbrera), pueblos fumigados, zonas con pasteras o petroleras. «El resultado está a la vista. Pueblos contaminados, territorios desmembrados por la acción de las multinacionales», describe.
Define que el discurso científico y político oficial quedó colapsado con la realidad. Porque ambos proponen desde el discurso actividades no contaminantes y prometen bienestar, pero eso nunca sucede. Recuerda el rol del Poder Judicial, donde jueces y fiscales incumplen leyes locales y tratados internacionales que protegen a los pueblos indígenas. En paralelo, «mucha legislación se adapta especialmente para favorecer a las multinacionales y los terratenientes».
Como mal ejemplo de «justicia» o referencia de «injusticia» cita a la Corte Suprema de la Nación, que en septiembre pasado falló contra el Pueblo Mapuche y anuló personerías jurídica de seis comunidades de Neuquén. Destaca que se escudó en un error del propio Estado (personificado en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas –INAI) y se perjudicó a los pueblos indígenas. «Los jueces supremos deciden ignorar y desvirtuar la cuestión de fondo, que es la preexistencia indígena a estado argentino. Eso hace el máximo tribunal del país. Desconoce derecho. Es tiempo de reflexión», se enoja.
«La democracia está desnaturalizada en su esencia. Hay una crisis muy grande de representatividad», afirma Pastrana. Explica que ser representante no significa necesariamente ser representativo. Cuestiona a la casta política. Recuerda que ser representante de una lucha es actuar por y para el pueblo, interceder e intervenir. «Eso no sucede en los estratos de gobernanza de este país. Muy rara vez se expresan a favor de los pueblos originarios», afirma. Y da un paso más: «Los representantes supuestamente del pueblo son solo representantes corporativos de partidos políticos y de multinacionales». Resume los últimos 200 años de Argentina: “No son políticos, no son gobernantes, ni son ni funcionarios. Son gerentes ejecutores de las multinacionales y de los terratenientes”.
Escuela e Iglesia
«Decían que éramos pobres. Hoy me doy cuenta cuan rico éramos y seguimos siendo. Muy desde niños cultivábamos, traíamos leña, practicábamos nuestros saberes, hacíamos fuego, iba al cerro a caballo. Éramos sujetos de una cultura comunitaria ancestral y colaborábamos con lo familiar», rememora Pastrana la infancia en Tafí del Valle.
Entre las bases comunitaria-familiar estaba no mentir, no robar, dar según su posibilidad, escuchar a los ancianos.
El punto de quiebre fue a los 11 años, cuando cursaba 5° grado.
«Luego del bautismo, para liberarme de un pecado que no cometí, vino la primera comunión. Seguir ese proceso de evangelización, para que me vayan completando como persona», lo dice entre mezcla de ironía y lamento. Previamente, recuerda, le «impusieron» ser ciudadano argentino.
Los curas franciscanos daban la catequesis a las 15 horas. El mismo horario en el que los niños del valle iban a buscar la hacienda al cerro, momento de diversión, juego, libertad.
«Se nos hacía pesado ir al catecismo, que nos imponía obligaciones y mandamientos, pero había que ir», precisa.
Le preguntó al cura qué pasaría si aprendía todo el libro de catequesis. La respuesta fue una oportunidad: «No venís más».
Pastrana pasó todo el día y parte de la noche estudiando. Gastó dos velas. Al sábado siguiente rindió una suerte de examen y se libró del catequesis.
Pero sobrevino lo inesperado: el cura habló con la madre de Pastrana. Le dio media beca para estudiar en la capital provincial. Y, contra su voluntad, fue a la ciudad.
«Así fue que me desarraigué. Dejé todo lo que quería. Mis amigos, mi familia, mis animales, mis perros, mis juegos. Todo lo que era la vida, el amanecer en el valle con toda su magia. Y llegué donde todo es artificial, lleno de esquinas en escuadra, hostil, individualista», recuerda.
Conoció la discriminación que lo marcó para siempre. «Era el indio, el sucio. Todas las acepciones más bajas de la escala social se me notificaban día a día, hasta agresiones físicas y cosas que no vale la pena recordar», lamenta.
Vivía en una pensión. De noche lloraba y pensaba en los buenos momentos que pasaba en el valle. Las notas eran bajas. Quería volver a Tafí. La madre le había dicho que no debía pelear porque el cura le había hecho un favor (con la beca) y la buena conducta era una obligación. Eso también le daba impotencia.
Planeó una fuga y escapar de la discriminación. Tenía un bicicleta. Calculó un día de pedalear hasta un pueblo intermedio, llevar dos panes y agua para luego cortar camino entre los cerros.
Hasta que llegó una carta de su madre. Le avisaba que comenzaba la zafra, que estarían en un ingenio más cerca. Todos los viernes podría visitar a la familia.
Comenzó a defenderse de las agresiones. Se peleaba. Perdía más de lo que ganaba. No reivindica la violencia, pero enfrentó la discriminación y, reflexiona, que quien discrimina conlleva una cuota grande de cobardía.
Permaneció en la escuela.
En la campaña política de 1953, tenía 9 años, le quedó grabado el recuerdo de candidatos que arrojaban golosinas desde un camión. Los niños debajo peleaban por la dádiva. No le gustó. Años más tarde entendió por qué: «La política partidaria no evolucionó nada, al contrario, involucionó. Las viejas monarquías sólo cambian de disfraz. Unos pocos gozan a costa del pueblo».
En los mismos años fue el desencanto con la Iglesia. No entendía, pero le desagradaba ir a misa. Al tomar la comunión le habían prometido que, luego de la hostia, iba a ver mundos maravillosos, un estado de plenitud. «Y no sentí nada. No quiero hacer con esto una descalificación sobre la religión, pero mi cosmovisión y ancestralidad dormida no entendía ni aceptaba esa forma de dominación», explica.
Señala que la situación ante la discriminación escolar y frente al catolicismo lo marcaron. Ese rechazo fue el comienzo del despertar de la cosmovisión diaguita, el ser indígena que nunca muere.
El punto vital en su vida, «renacer», fue conocer a José Flores, quechua de Perú. Lo señala como «padre espiritual, maestro en todo sentido». Advierte que será la única persona que nombrará en las dos horas de charla, aunque afirma que son decenas las personas que lo guiaron en la militancia. Le enseñó sobre cosmovisión indígena, mató el ego, marcó caminos.
Pastrana ya estaba desengañado de la política partidaria, tenía asumida la identidad indígena, pero le costaba la práctica cotidiana. Le pidió a Flores documentación, bibliografía, para estudiar, conceptualizar y saber qué hacer. Flores le respondió de forma simple y profunda: «Tus libros no están en las bibliotecas. Tus libros están en las comunidades. Ahí tienes todo lo que debes saber. Tienes que leer en el alma de tu pueblo».
Diferencias
Las críticas de Pastrana apuntan al ordenamiento del Estado-Nación (a los tres poderes y la forma de funcionamiento y hasta su legitimidad-falsa representatividad). Y lo contrapone los pilares del Pueblo Nación Diaguita, que comienza por una «doctrina filosófica», la cosmovisión. «En qué creemos», explica. Un orden cósmico donde cada pieza tiene un función, un rol, «responsabilidades dentro de la maravillosa cadena de mantención de la vida». Aclara que el sistema de gobernanza diaguita responde a una filosofía de vida, por eso es participativo, asambleario, representativo.
En el aspecto económico el concepto básico es no depredar, no atacar la biodiversidad. La idea madre es el «Sumaj Kawsay» (buen vivir), donde se protegen y comparten los bienes comunes. Se cuidan para las generaciones futuras.
«Si lo comparamos con el Estado-Nación moderno vemos que el hombre se pone en la cabeza de la pirámide, se cree lo más importante. ¿Y cuál es su doctrina filosófica? El paradigma es el dinero, la opresión, la acumulación de la riqueza y la dominación, la contaminación y desaparición de culturas. Para muchos eso es el desarrollo», ironiza.
Precisa que los pueblos indígenas tienen el buen vivir. Hace una pausa y precisa que algunos sectores partidarios hablan de «justicia social». Otro breve silencio y sentencia: «Con visitar los territorios, ver cómo se vive, está claro que la justicia social que pregonan desde arriba no existe».
Explica que las recreaciones de los saberes crea territorios, y así lo pueblos desarrollan cultura. «Por nuestra resistencia, perseverancia, mantenemos nuestra doctrina filosófica, y eso nos mantiene vivos», asegura. Señala que la sociedad urbana se encuentra aturdida por el sistema y se le dificulta identificar dónde nacen sus injusticias. En el caso de los indígenas es más claro por la centralidad del espacio de vida. Pastrana resume: «El territorio es por lo que luchamos, es por lo que existimos».
Tucumán
La Unión de la Nación del Pueblo Diaguita (UNPD) nuclea a decenas de comunidades indígenas de Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero. Siempre en lucha por el territorio, desde 2009 también exigió justicia por el asesinato del comunero diaguita Javier Chocobar, víctima del empresario Darío Amín y los ex policías Humberto “El Niño” Gómez y José Valdivieso.
El 12 de octubre de 2009 llegaron hasta la comunidad indígena Chuschagasta y, en el marco de una disputa territorial, asesinaron de un disparo a Chocobar.
El Poder Judicial, el más conservador y retrógrado de los tres poderes del Estado, demoró nueve años en realizar el juicio. Los acusados esperaron la sentencia en libertad (a pesar de estar filmado el momento del asesinato).
En octubre pasado fueron condenados a prisión los tres acusados.
La avanzada empresaria, con complicidad política y judicial, es una constante.
La comunidad indígena del Valle de Tafí, donde pertenece Pastrana, emitió un comunicado en noviembre pasado. Aborda la coyuntura, pero también pasado. En base a documentación histórica, fija la fecha de 1617 como el inicio del «despojo y usurpación» de los territorios y el trabajo indígena esclavo. Muchas de esas tierras aún hoy están en manos de la élite tucumana. «Es necesario señalar que el Poder Judicial actual, que dicta sentencias, es parte de esa élite», denuncia el comunicado.
Recuerda la vigencia del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (que establece numerosos derechos a los pueblos indígenas), el artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional y la Ley 26.160 (que debiera frenar los desalojos).
Ante «la mala praxis jurídica, la ideología hegemónica y una carencia absoluta de políticas públicas (para los pueblos indígenas)», la comunidad diaguita de Tafí se expidió: «Nos vemos compelida a desconocer y resistir toda disposición o sentencia judicial violatoria de la legislación vigente».
Declararon el territorio indígena de Tafí del Valle en emergencia jurídica, administrativa, social, cultural, ambiental y económica. «Desde nuestro territorio gritamos a todo el mundo: la tierra es nuestra madre y pertenecemos a ella. Nadie nos puede desarraigar de nuestra Pacha». Finaliza el documento con un grito de lucha y esperanza: «Jallalla. Jallalla. Jallalla»
Naturaleza y Derechos Humanos
Pastrana habla de forma pausada, en voz baja, con sentimiento y conceptos profundos que surgen en medio de la oración más imprevista. «Los territorios son el alma de las culturas. Al perder el vínculo territorial, se van aculturando nuestros hijos», lamenta.
Apunta a la población hacinada en grandes ciudades, en lo que evalúa como una competencia feroz entre unos y otros, «donde es muy difícil practicar valores que son esenciales para los pueblos originarios». La ciudad como emblema y cuna del capitalismo.
Explica que el extractivismo tiene relación con «el nuevo orden mundial, que apunta a desmembrar territorios y estados nacionales». Ejemplifica con la Ofemi (Organización Federal de Estados Mineros), integrado por representantes de los tres poderes del Estado, donde de norte a sur establecer que la Cordillera de Los Andes es «una provincia geológica minera, establecida así desde la década del 90 en un congreso empresario-gubernamental en Canadá».
«Durante la colonia hubo un reparto de regiones y riquezas. El capitalismo actual reconfigura nuevamente el mapa de América, hay un nuevo reparto por intereses económicos, las multinacionales legislan por nuestros legisladores, quienes muy cómodamente sentados en sus cuerpos colegiados sirven a los intereses de esas empresas sin ningún recato», denuncia.
Afirma que en la práctica sucede que los gobernadores y legisladores «están de rodillas» ante las multinacionales, que les dictan leyes y sentencias que provienen de centros de poder de países de primer mundo.
Ante el panorama complejo, resalta que se vive un avance desde lo filosófico, lo espiritual y lo intelectual, cuestiones indivisibles dentro del Pueblo Diaguita. «Nuestra cultura, nuestra cosmovisión, es la única valla de contención que tenemos para resistir», explica. Destaca el intercambio de saberes entre asambleas socioambientales (muchas en la Unión de Asambleas de Comunidades -UAC-) y pueblos originarios, que se nutren mutuamente.
Un espacio de lucha donde se encontraron fue la «Cumbre Latinoamericana del agua para los pueblos», realizada en San Fernando del Valle de Catamarca en octubre pasado. Y donde un eje destacado fue el derecho a la autodeterminación de los pueblos (que ningún gobernante decida proyectos contaminantes y decida «territorios de sacrificio»), remarcaron los límites de la democracia delegativa y recordaron que el acceso al agua es un derecho humano.
Impulsado por Pueblos Catamarqueños en Resistencia y Autodeterminación (Pucará, que reúne a asambleas la provincia), ante un aula magna repleta, Marcos Pastrana, pionero en la lucha contra la megaminería, hizo un recorrido histórico desde la mirada indígena del saqueo de los países del norte sobre América Latina.
«Si matan el agua matan la cultura y la vida de los pueblos», afirmó Pastrana. Cuestionó que los impulsores y legitimadores del modelo extractivo dejan de lado del saber de los pueblos y privilegian el poder del dinero. «Las mineras compran gobernantes, compran jueces y periodistas, pero no podrán las conciencias de los que luchan en defensa del territorio», advirtió.
Recordó que otra forma de vida es posible, el «Sumaj Kawsay», término quechua que refiere al «buen vivir» de los pueblos originarios, sin depredar la naturaleza, sin consumismos.
Pastrana recordó que el modelo actual anula el saber y privilegia el poder del dinero. Y advirtió: «No hay derechos humanos si no se respeta la naturaleza».
El auditorio, emocionado, lo aplaudió de pié.
*Versión completa del artículo publicado en diciembre de 2018 en revista MU.
Feb 7, 2024 | Destacados, General
Por Darío Aranda
Micro de larga distancia. Ya es de noche. El matrimonio, de unos 60 años, sube y se acomoda en sus asientos. Inicio de viaje y, al instante, el hombre saca su teléfono y comienza a ver, sin auriculares, Bailando por un Sueño. El resto de los pasajeros no tienen opción: deben escuchar los gritos de Tinelli y compañía hasta que termina el programa.
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Recital de rock. Asoma la banda al escenario y de inmediato se levanta un mar de pantallas. No es solo un instante, sino que buena parte de las dos horas de música. Muchos transmiten en vivo (¿a quién?).
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Escuela primaria. Acto de egresados. Padres, madres, abuelas… todos filman y ven –ese momento importante de la vida familiar– a través de la pantalla, más atentos a la cámara-teléfono que a realmente disfrutar el ver a su hijo/a recibir el diploma.
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La práctica también está presente en espacios militantes, sociales, supuestamente críticos a la realidad. Un primer recuerdo (2017): la multitudinaria marcha por la aparición con vida de Santiago Maldonado. Muchos (y muchas) militantes aparecían en redes digitales con sus selfies, dando cuenta que ellos (tan comprometidos con la realidad) estaban dando el presente. En un contexto de gobierno represivo y aún con dudas sobre la vida de Santiago Maldonado… ¿da sacarse una selfie? ¿Lo importante es la multitud movilizada por pedido de justicia o dar cuenta de que yo estuve ahí? ¿Por qué no una panorámica que dé cuenta de los miles en las calles?
Siete años después, en el reciente paro nacional, otra muestra. Una activista influencer de porteñolandia subió a instagram cuatro fotos. En las cuatro estaba ella en distintas poses y variados carteles. Otro reconocido militante ambiental hizo lo propio (casi que podrían competir entre ellos). Seis fotos y… en las seis estaba él (en algunas con algún/a acompañante). ¿Por qué la necesidad de ser ellos los «protagonistas»? ¿Se trata de una acumulación/construcción colectiva o prima más lo individual?
La lista podría ser tan extensa como diversa. Desde ese amigo (querido) que, en medio de un asado, saca una foto y (sin consultar al resto) la sube a su «estado». O la tía que está de vacaciones en la sierras y publica una historia con la cerveza que toma. O ese militante político de izquierda, tan crítico al mundo y a la sociedad (y a todo), que de repente publica una catarata de fotos de su esposa e hijos/as tan al estilo familia Ingalls en Cafayate. Y, qué decir, de esa querida pariente, científica del Conicet ella y (claro) muy pensante, que publica en su Instagram las vacaciones en la playa, con sus belleza tan hegemónica y también variadas fotos sexys de su pareja, un Brad Pitt morocho nacypop. Por último, nunca faltan los estados de WhatsApp o historias de Instagram/Facebook que exhiben las parrillas repletas, comidas diversas, platos rebalsantes: casi obscenos en un país con seis de cada diez niños/as son pobres y los alimentos con precios cada vez más inaccesibles.
Deben existir tesis doctorales de sociólogos, psicólogos, filósofos y otros ologos que expliquen el fenómeno tan actual. Sin dudas la unión de teléfonos/redes digitales tiene impactos en la sociedad y en avances de ciertas tendencias políticas. Otros ya han pensado eso. Solo me interpela tanto amigo/a, compañero/a, familiar que cae en esa tentación tan (mal) naturalizada. No tengo explicaciones (solo soy periodista). Pero se trata de una ensalada muy de moda y tóxica, que no distingue edades ni clases sociales, la consumen tanto adolescentes como abuelos, apetecida tanto por quienes no llegan a fin de mes como por los que se encierran en sus countries tan selectos. La ensalada tiene entre sus ingredientes diversas proporciones de: ego, narcisismo, vanidad, soledad, necesidad de aprobación, individualismo, confusión entre los personal/privado y lo social/público, más ego, más narcisismo… En definitiva, momentos de la vida entregada gratuitamente al dios mercado sin más rédito que un «like» a través de una pantalla, tan artificial y fugaz como esa sonrisa (con filtro) de la última selfie.
*Pintada en Avenida Alsina al 2400, en Lomas de Zamora.
Nov 15, 2023 | 2023, Destacados
En Argentina se pasó de votar con esperanza (1983 / 1989) a votar al «mal menor» durante décadas. Y, 2023, es la primera vez que se vota por (y con) miedo.
Esta democracia, donde seis de cada diez pibes/as es pobre, cruje desde hace rato, pero muchos no quisieron escuchar. Y miraron para otro lado durante años.
Un poema, muy conocido, que se puede parafrasear:
-Primero mataron a Roberto López (2010), abuelo Qom de Formosa. Donde las comunidades denunciaron la falta de democracia y el feudalismo.
Pero a mí no me importó porque no era Qom ni vivía en Formosa. Y, además, criticar eso era hacerle «el juego a la derecha» (según decían desde el campo «nacional y popular»).
-Luego reprimieron durante siete horas en Neuquén, para aprobar el pacto Chevron-YPF y explotar Vaca Muerta.
Pero como yo no era mapuche y el petróleo lo necesitaba para el auto, tampoco me importó.
-Fumigaron con agrotóxicos a los niños y niñas en escuelas rurales.
Pero como mis hijos iban a otras escuelas, me convencí de que era una «contradicción secundaria».
-Luego encarcelaron durante 14 días, sin pruebas, a una decena de asambleístas de Andalgalá que luchan por el cuidado del agua y rechazan la megaminería. Ellos (como en Jáchal) suelen denunciar la «dictadura minera» que padecen a diario (y desde hace décadas).
Pero como yo tenía agua y acá no había mineras, tampoco me importó.
Ahora la ultraderecha viene por todos. Ojalá no sea demasiado tarde.
May 10, 2023 | 2023, Destacados
A nueve años de la partida de Andrés Carrasco, el científico que confirmó los efectos devastadores del glifosato, acompañó con su investigación a los pueblos fumigados y cuestionó que la ciencia esté al servicio de las corporaciones.
Por Darío Aranda
“Soy investigador del Conicet y estudié el impacto del glifosato en embriones. Quisiera que vea el trabajo”.
Fue lo primero que se escuchó del otro lado del teléfono.
Era 2009 y aún estaba latente el conflicto por la Resolución N°125. Página12 había dado amplia cobertura a las consecuencias del modelo agropecuario y este periodista había escrito sobre los efectos de las fumigaciones con agroquímicos.
El llamado generó desconfianza. No conocía al interlocutor. ¿Por qué me llamaba?
El científico avanzó en la presentación. “Mi nombre es Andrés Carrasco, fui presidente del Conicet y soy jefe del Laboratorio de Embriología de la UBA. Le dejo mis datos”.
Nunca había escuchado su nombre. Nunca había escrito sobre científicos y el Conicet me sonaba como un sello.
Llamados al diario y preguntas a colegas. Todos confirmaron que era un científico reconocido, treinta años de carrera, con descubrimientos muy importantes en la década del 80 y trabajo constante en los 90, cuando se enfrentó al menemismo.
Hice la nota.
Su investigación fue la tapa del diario, (abril de 2009). La noticia: el glifosato, el químico pilar del modelo sojero, era devastador en embriones anfibios. Nada volvió a ser igual. Organizaciones sociales, campesinos, familias fumigadas y activistas tomaron el trabajo e Carrasco como una prueba de lo que vivían en el territorio.
“No descubrí nada nuevo. Digo lo mismo que las familias que son fumigadas, sólo que lo confirmé en un laboratorio”, solía decir él. Y comenzó a ser invitado a cuanto encuentro había. Desde universidades y congresos científicos, hasta encuentros de asambleas socioambientales y escuelas fumigadas. Intentaba ir a todos lados, restando tiempo al laboratorio y a su familia.
También ganó muchos enemigos. Los primeros que le salieron al cruce: las empresas de agroquímicos. Abogados de Casafe (reúne a las grandes corporaciones del agro) llegaron hasta su laboratorio en la Facultad de Medicina y lo patotearon. Comenzó a recibir llamadas anónimas amenazantes. Y también lo desacreditó el ministro de Ciencia, Lino Barañao. Lo hizo, nada menos, que en el programa de Héctor Huergo, jefe de Clarín Rural y lobbysta de las empresas.
Barañao desacreditó el trabajo y defendió al glifosato (y al modelo agropecuario). Y no dejó de hacerlo en cuanto micrófono se acercara. Incluso cuestionó el trabajo de Carrasco en encuentros de Aapresid (empresarios del agro) y, sobre todo, en el Conicet.
Carrasco no se callaba: “Creen que pueden ensuciar fácilmente treinta años de carrera. Son hipócritas, cipayos de las corporaciones, pero tienen miedo. Saben que no pueden tapar el sol con la mano. Hay pruebas científicas y, sobre todo, hay centenares de pueblos que son la prueba viva de la emergencia sanitaria”.
Los diarios Clarín y La Nación lanzaron una campaña en su contra. No podían permitir que un reconocido científico cuestionara el agronegocio. Llegaron a decir que la investigación no existía y que era una operación del gobierno para prohibir el glifosato, una represalia por la fallida 125. Carrasco se enojaba. “Si hay alguien que no quiere tocar el modelo sojero es el gobierno”, resumió café mediante en el microcentro porteño. Pero Carrasco era funcionario del gobierno: Secretario de Ciencia en el Ministerio de Defensa. Le pidieron que bajase el tono de las críticas al glifosato y al modelo agropecuario. No lo hizo. Renunció.
El silencio no es salud
Empresas, funcionarios y científicos lo habían acusado de no publicar su trabajo de glifosato en una revista científica, sino en un diario. Se reía y retrucaba: “No existe razón de Estado ni intereses económicos de las corporaciones que justifiquen el silencio cuando se trata de la salud pública. Hay que dejarlo claro, cuando se tiene un dato que sólo le interesa a un círculo pequeño, se lo pueden guardar hasta tener ajustado hasta el más mínimo detalle y, luego, se lo canaliza por medios que sólo llegan a ese pequeño círculo. Pero cuando uno demuestra hechos que pueden tener impacto en la salud pública, es obligación darle una difusión urgente y masiva”.
Era calentón Carrasco. Se enojaba, discutía a muerte, pero luego tiraba algún comentario para distender.
Nos solíamos ver en un café antiguo cerca de Constitución. Él era habitué. Charlaba con las mozas y debatía de política con el dueño.
Café mediante, le pregunté por qué se metió en semejante baile. Ya era un científico reconocido en su ámbito y no necesitaba dar prueba de nada. Tenía mucho por perder en el mundo científico actual. Me explicó que lo había conmovido el sufrimiento de las Madres del Barrio Ituzaingó de Córdoba. Y que no podía permanecer indiferente. También lamentó que el Conicet estuviera al servicio de las corporaciones. Denunció acuerdos (incluso premios) entre Monsanto y Barrick Gold con el Conicet. Se indignaba. “La gente sufre y los científicos se vuelven empresarios o socios de multinacionales”, disparaba.
Ética
En 4 de mayo de 2009, el ministro Barañao envió un correo electrónico a Otilia Vainstok, coordinadora del Comité Nacional de Ética en la Ciencia y Tecnología (Cecte). En un hecho sin precedentes, Barañao aportaba bibliografía de Monsanto y pedía que evalúen a Carrasco. Nunca había pasado algo similar. La mayor autoridad de ciencia de Argentina pedía una evaluación ética por un investigar que había cuestionado al químico pilar del modelo agropecuario.
Barañao quería la cabeza de Carrasco.
Vainstok envió un correo electrónico el mismo lunes 4 de mayo,,con copia a los nueve integrantes del Comité de Ética. Decía así:
“Estimados colegas, esta tarde he recibido un pedido de que el Cecte considere las expresiones vertidas en artículos periodísticos por Andrés Carrasco con motivo de su investigación de los efectos del glifosato en embriones de anfibios. Adjunto también la bibliografía aportada por Lino Barañao, la entrevista a Carrasco y la entrevista al Ministro Barañao que sacó Clarín”.
El mail se filtró a la prensa. Y Carrasco se enteró de la operación de Barañao y Vainstok. El escándalo hubiera sido enorme. El Comité de Ética reculó y no juzgó a Carrasco, pero el camino estaba marcado.
Los de abajo
En agosto de 2010, en Chaco, estaba por dar una charla, pero empresarios arroceros y punteros políticos intentaron lincharlo. Había concurrido a una escuela de un barrio fumigado, y no pudo hablar. Lo sorprendió la violencia de los defensores del modelo.
Ese mismo agosto, la revista estadounidense Chemical Research in Toxicology (Investigación Química en Toxicología) publicó la investigación de Carrasco. Lo que había sido un pedido-chicana de sus detractores, no sirvió para calmar las críticas. Continuó la difamación de los defensores del agronegocios. Pero fue un triunfo para los pueblos fumigados, las Madres de Ituzaingó y las asambleas en lucha. Y Carrasco comenzó a tejer diálogos con otros investigadores, de bajo perfil. Sentía particularmente respeto y cariño por jóvenes investigadores de Universidad de Río Cuarto y de la Facultad de Ciencias Médica de Rosario. Solía mencionarlos en las charlas y los señalaba como el “futuro digno” de la ciencia argentina.
Otro veneno
Solíamos cruzarnos en encuentros contra el extractivismo. Y periódicamente nos enviábamos correos con información del modelo agropecuario, alguna nueva investigación, viajes suyos a Europa para contar sobre su investigación, el juicio de las Madres de Ituzaingó, la nueva soja aprobada por el gobierno, los nuevos químicos. Un día recibí uno de sus mensajesl. “Hay un nuevo veneno”, fue el asunto de un mail. Alertaba sobre el glufosinato de amonio y lo mencionaba como posible sucesor del glifosato: “El glufosinato en animales se ha revelado con efectos devastadores. En ratones produce convulsiones y muerte celular en el cerebro. Con claros efectos teratogénicos (malformaciones en embriones). Todos indicios de un serio compromiso del desarrollo normal”, precisaba. Y recordaba que la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) detalló en 2005 los peligros del químico para la salud y el ambiente. Destacó que desde 2011 el Ministerio de Agricultura había aprobado diez eventos transgénicos de maíz y soja de las empresas Bayer, Monsanto y Syngenta. Cinco de esas semillas fueron aprobados para utilizar glifosato y glufosinato.
¿Para qué y para quién investigan?
Otra tarde le envíe un correo electrónico contando de investigadores que confirmaron lo mismo que él, pero en sapos (muchas veces llaman los “canarios de la mina” porque pueden anunciar lo que le sucederá a humanos. Los investigadores tenían miedo a hablar, por las posibles represalias. De inmediato me llamó por teléfono. Fue tajante: “No quiero saber quiénes son. Sólo quiero que le preguntes para qué mierda investigan, si para criar sapos o para cuidar al pueblo que subsidia sus investigaciones. Preguntales eso por favor”. Y cortó.
Los investigadores nunca quisieron hablar y difundir masivamente sus trabajos.
Carrasco en Wikileaks
En marzo de 2011 se conoció que la embajada de Estados Unidos lo había investigado y había hecho lobby en favor de Monsanto. Documentos oficiales filtrados por Wikileaks confirmaban el hecho. “No esperaba algo así, aunque sabemos que estas corporaciones operan al más alto nivel, junto a ámbitos científicos que les realizan estudios a pedido, medios de comunicación que les lavan la imagen y sectores políticos que miran para otro lado. Estaban, y están, preocupados. Saben que no pueden esconder la realidad, los casos de cáncer y malformaciones se reiteran en todas las áreas con uso masivo de agrotóxicos”.
El otro Carrasco
En noviembre de 2013 le relaté que en Estación Camps (Entre Ríos) había entrevistado a una mujer que luchaba contra los agroquímicos. Era una trabajadora rural y ama de casa, muy humilde, que había enviudado. Su esposo era peón de campo, vivía rodeado de soja y fue fumigado periódicamente. Comenzó a enfermar, la piel se le desprendía y tuvo graves problemas respiratorios. Murió luego de una larga agonía. La mujer no tenía dudas de que habían sido los agroquímicos que llovían sobre la casa. Y los médicos tampoco tenía dudas, aunque se negaban a ponerlo por escrito. El nombre del trabajador rural víctima de los agroquímicos: Andrés Carrasco.
La viuda había escuchado en la radio sobre el científico homónimo de su marido y el glifosato. Y, entre llantos, contó que le daba fuerzas saber que alguien con el mismo nombre que su esposo estaba luchando contra los químicos que le arrebataron al padre a sus hijos.
Le conté la historia por teléfono. El Carrasco científico se conmovió, no podía seguir hablando. Y confesó que solía arrepentirse de no haber investigado antes sobre el glifosato.
La última maniobra
A fin del año pasado me llamó para contarme la última maniobra del Conicet. Había solicitado la promoción a investigador superior y le fue negada. La cuestión iba mucho más allá de la promoción. Lo enojaba el ninguneo de los científicos empresarios y obedientes del poder. Lo habían evaluado dos personas que no conocían nada de su especialidad y otro que es parte de las empresas del agronegocios. Me envió su carta de reclamo al Conicet y relató en detalla la reunión con el Presidente de la Institución. Estaba seguro que era un nuevo pase de factura por lo que comenzó en 2009. Y le dolía el silencio de académicos que respetaba, incluso de amigos de antaño de las ciencias sociales que le daban la espalda.
Le propuse un artículo periodístico e intentar publicarlo en Página12. Le tenía aprecio al diario, a pesar de que hacía tiempo habían dejado de darle espacio. Le avisé que pondría su versión de los hechos y la del Conicet y de Barañao. Me retruco rápido: “Te van a sacar cagando”.
Lo propuse al diario. Lo rechazaron sin la más mínima explicación. Cuando le avisé la negativa, ni se inmutó. Dijo que era previsible. “En estos años tuve un curso acelerado de lo que son los medios de comunicación”, resumió. Le respondí que estos años había aprendido que el Conicet no era para nada impoluto y que había demasiadas miserias en el mundo científico.
Reímos juntos.
Y me chicaneaba y recordaba que ahora éramos colegas. Tenía un programa en FM La Tribu donde nadie lo censuraba y daba gran protagonismo a las asambleas y organizaciones en lucha contra el extractivismo. El nombre del programa era todo un mensaje a sus enemigos: “Silencio cómplice”.
Quedamos en juntarnos a comer un asado y publicar la nota en medios amigos (la publicó lavaca en su periódico MU en marzo pasado).
Intenté para esa nota hablar con “la otra parte”. Barañao dijo que no tenía nada de qué hablar, desechó cualquier pregunta. El presidente del Conicet, Roberto Salvarezza, adujo problemas de agenda.
La última entrevista
Viajó a México al Tribunal Permanente de los Pueblos (tribunal ético internacional, de carácter no gubernamental que evalúa la violación de derechos humanos). Volvió a México en enero. Se descompuso y fue trasladado de urgencia. Lo operaron en Buenos Aires y tuvo largas semanas internado, débil. Cuando le dieron el alta, llamó a casa. “Zafé”, fue la primera palabra. Y de inmediato preguntó: “¿Qué sabés del bloqueo en Malvinas Argentinas (Córdoba, donde se frenó la instalación de una planta de Monsanto)? ¿La tiene difícil Monsanto?” Él había estado en setiembre de 2013 cuando comenzó el bloqueo. Me explicó que tenía para varias semanas de recuperación, pero cuando estuviera mejor quería que vayamos a Córdoba, a Malvinas Argentinas y también a visitar a las Madres de Ituzaingó. Lo dejamos como plan a futuro.
Hablamos sobre su situación en el Conicet. Le dolía la indiferencia de compañeros del mundo académico, sobre todo de las ciencias sociales. Le pregunté por qué no recurrir a las organizaciones sociales. Se opuso. Argumentó que ya demasiado tenían en sus luchas territoriales como para preocuparse por él. Se ofreció para una entrevista. La hicimos. Algunas citas:
- “Los mejores científicos no siempre son los más honestos ciudadanos, dejan de hacer ciencia, silencian la verdad para escalar posiciones en un modelo con consecuencias serias para el pueblo”.
- “El Conicet está absolutamente consustanciado en legitimar todas las tecnologías propuestas por corporaciones”.
- “(Sobre la ciencia oficial) Habría que preguntar ciencia para quién y para qué. ¿Ciencia para Monsanto y para transgénicos y agroquímicos en todo el país? ¿Ciencia para Barrick Gold y perforar toda la Cordillera? ¿Ciencia para fracking y Chevron?”
- “Mucha gente fue solidaria conmigo, piensa que lo que uno hizo tuvo importancia para ellos, tienen derecho a saber que hay instituciones del Estado que privilegian la arbitrariedad para sostener discursos, para que el relato no se fisure.
Sabía que la entrevista sería para un medio amigo, “no masivo”. Estaba contento, recuperando fuerzas, no iba a dar el brazo a torcer ante Barañao, Salvarezza, el establishment científico y las corporaciones del agro.
El 27 de marzo concurrió a Los Toldos, a una audiencia pública sobre agroquímicos. Estaba débil, pero no quiso faltar. Sucedió lo mismo en la Facultad de Medicina, en la Cátedra de Soberanía Alimentaria (el 7 de abril), donde habló de los alimentos transgénicos y los agroquímicos. No estaba bien, andaba dolorido, pero no quiso faltar. Entendía esos espacios como lugares de lucha, donde debía explicar los efectos de los agroquímicos. Solía decir que se lo debía a las víctimas del modelo.
Al fines de abril avisó por correo electrónico que lo habían vuelto a internar. Esperaba que sea algo rápido. Quería volver a su casa, recuperarse y hacer el viaje pendiente a Córdoba, al acampe contra Monsanto.
Su legado
Fui testigo de sus últimos seis años. Tiempo en el que decidió alejarse del establishment científico que vive encerrado en laboratorios y sólo preocupado por publicaciones que sólo leen ellos.Se transformó en un referente hereje de la ciencia argentina. No tendrá despedidas en grandes medios, no habrá palabras de ocasión de funcionarios ni habrá actos de homenaje en instituciones académicas.
Andrés Carrasco optó por otro camino: cuestionar un modelo de corporaciones y gobiernos y decidió caminar junto a campesinos, madres fumigadas, pueblos en lucha. No había asamblea en donde no se lo nombrara.
No existe papers, revista científica ni congreso académico que habilite a entrar donde él ingresó, a fuerza de compromiso con el pueblo: Andrés Carrasco ya tiene un lugar en la historia viva de los que luchan.
*Artículo publicado en mayo de 2014 en La Vaca.
Jun 1, 2020 | 2020, Destacados
Prólogo – ¿Qué y para qué?
Existen tantas definiciones de periodismo como periodistas. Una muy simple suele ayudar: el periodismo es contar lo que pasa, con mirada crítica, que cuestione tanto al poder económico como al poder político.
Bajo ese paraguas, este libro recorre el trabajo, el hacer y decir de periodistas con miradas diversas, desde la agencia de noticias Anred hasta Clarín, desde la revista Sudestada hasta Página12, desde la cooperativa La Vaca hasta Infobae, Cítrica y Diario Popular, Tiempo Argentino y Télam. Trabajadoras y trabajadores de prensa de diez medios de comunicación, comerciales y comunitarios-alternativos, relatan lo que es hacer periodismo día a día, desde la redacción, desde la calle, desde el territorio.
Los relatos dan cuenta de los cambios y las continuidades en el ejercicio del oficio en los últimos treinta años, y describen la crisis y decadencia de los medios comerciales, tradicionales o “grandes medios”. Contienen historias y opiniones sobre los conflictos y presiones dentro de las redacciones aunque, también, caminos posibles para hacer periodismo con dignidad.
Son once periodistas de a pie que están lejos de las estrellas mediáticas y de los despachos del poder. No se codean con funcionarios de turno ni salen en televisión (tampoco lo pretenden). Sus fuentes son trabajadores, organizaciones sociales, referentes territoriales, habitantes de barrios populares, asambleas vecinales, espacios de la cultura, clubes de barrio, militantes contra la represión policial, comunidades indígenas y campesinas. Periodistas que no aplauden a los gobiernos ni operan a favor de las empresas. Mucho menos, soldados en los enfrentamientos entre gobiernos y monopolios mediáticos.
El mismo perfil abarca a quienes realizaron las entrevistas, coautores del libro. Parte de ese grupo trabaja en medios comerciales, están quienes forman parte de los comunitarios-alternativos-cooperativos, quienes tienen un pie en ambos lados y quienes se dedican a la docencia. Lo que tienen en común es que intentan hacer periodismo crítico, dando cuenta de injusticias, con la preocupación puesta en los sectores populares.
Este libro adolece de algo fundamental, de federalismo. En estas páginas figuran experiencias de medios y periodistas de Capital Federal y Gran Buenos Aires. Estuvo presente esa falencia desde el inicio del proyecto, pero no alcanzaron las manos, el tiempo ni los recursos para saldar esa deuda. También, quizá, puede ser parte de una segunda etapa, en la que compañeros y compañeras de otras provincias puedan entrevistar a colegas de esos mismos lugares. E incluso a periodistas (y medios) de la zona metropolitana de Buenos Aires, que no se pudo incluir en estas diez primeras entrevistas.
¿Quiénes hacen periodismo? refleja, entonces, la interacción de este grupo inicial de periodistas en la que se abordan muchas de las aristas del quehacer de oficio: temas de investigación, censuras, colegas respetados, carneros y mercenarios, la autogestión, los pauta-dependientes, la ética, la precarización y los despidos, la organización sindical, lo básico de considerarse parte de la clase trabajadora, el rol de la academia, el periodismo online y la dictadura de los clics, las operaciones disfrazadas de periodismo, el respeto por el público lector, el compromiso al escribir, los aprendizajes, el desprecio por parte de las empresas de medios, el periodismo de escritorio y el que se hace desde el territorio, los jefes obedientes, la militancia, la insistencia para instalar temas silenciados, los caminos que falta recorrer en la profesión, los sueños por cumplir.
¿Quiénes hacen periodismo? es también –o intenta ser– una interpelación para pensar y debatir sobre quiénes, cómo y desde dónde se construyen las noticias y los temas que dominan la agenda pública. Una discusión fundamental que queremos seguir dando quienes consideramos a la comunicación como un derecho y al periodismo como una herramienta para el cambio social.
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Producido en forma autogestiva, “¿Quiénes hacen periodismo? Trabajadoras y trabajadores de prensa. Historias y miradas sobre el oficio”, está para libre descarga desde los sitios webs de Sipreba, Revista Sudestada, La Vaca, Anred , Ancap y Revista Cítrica.
Reservá tu ejemplar impreso en quieneshacenperiodismo@gmail.com
Sep 21, 2019 | Asambleas Socioambientales, Campesinos, Destacados, General, Pueblos Originarios
Del litio a la soja, de la megaminería a Vaca Muerta. Cómo se perfila el extractivismo de Alberto Fernández y el Frente de Todos. Las multinacionales, los pueblos indígenas y las asambleas.
Sonrisas. Muchas sonrisas. De un lado de la mesa, empresarios del agronegocio. Del otro, Alberto Fernández y sus asesores. Noventa minutos y una reunión evaluada como “fructífera”. Donde el conflicto por la renta agraria “es cosa del pasado”.
Sonrisas. Empresarios mineros, los gobernadores Lucia Corpacci y Alicia Kirchner. Y Alberto Fernández. “Que la sociedad comprenda que la minería es una oportunidad”, pidió el ex jefa de Gabinete.
El extractivismo del Frente de Todos.
Política de Estado
Megaminería, agronegocio (con la soja como bandera, aunque no solo), petróleo, litio y monocultivos forestal fueron algunas de las políticas de Estado durante todo el kirchnerismo. La criminalización estuvo presente: mapuches en Neuquén y la Asamblea el Algarrobo en Catamarca son sólo una muestra. Los asesinatos del abuelo qom Roberto López en 2010 (Comunidad La Primavera en Formosa), y los campesinos Cristian Ferreyra y Miguel Galván (del Movimiento Campesino de Santiago del Estero Vía Campesina), sólo algunas víctimas de una larga lista.
El macrismo profundizó el extractivismo. Más fracking en Vaca Muerta, más litio en Catamarca, Jujuy y Salta, más agronegocio. Con su alta y orgullosa cuota de represión en manos de Patricia Bullrich y aliados provinciales. Santiago Maldonado y Rafael Nahuel fueron las víctimas más difundidas de la política oficial. Empresarios al frente de ministerios: Juan José Aranguren de la multinacional Shell en Energía y Luis Miguel Etchevehere de la Sociedad Rural en Agricultura los ejemplos más burdos.
Votos y agronegocio
El 11 de agosto Alberto Fernández arrasó en las elecciones. Nadie los esperaba.
Ya habla ante los medios como Presidente y realiza giras en el exterior como primer mandatario electo. Las chances de Mauricio Macri son mínimas.
En plena campaña, desde Entre Ríos, Fernández tuvo su primera muestra pública de apoyo al agronegocio transgénico. La provincia está convulsionada por un fallo judicial que protege de fumigaciones con agrotóxicos a todas las escuelas rurales. Los empresarios del agro y el gobernador, Gustavo Bordet, se victimizan. Denuncian que nos se les permite “producir”, cuando sólo se les prohíbe fumigar escuelas, docentes y niños. Fernández tomó postura: “Me parece un poco desmedido la decisión final. Qué excluye muchas zonas productivas que pueden ser utilizadas (…) A veces lo bueno y útil llevado a un extremo se convierte en malo y perjudicial. Hay que cuidar no caer en extremos”.
El 29 de agosto recibió a los agroempresarios de la Mesa de Enlace. Daniel Pelegrina (Sociedad Rural Argentina), Dardo Chiesa (Confederaciones Rurales Argentinas), Carlos Achetoni (Federación Agraria) y Carlos Iannizzotto (Coninagro). Además de Fernández estuvieron su jefe de campaña, Santiago Cafiero, y la economista Cecilia Todesca. El ex jefe de Gabinete sólo señaló que la reunión fue “fructífera”. Abundaron las sonrisas en las fotos de ocasión.
Desde la Mesa de Enlace destacaron que la reunión fue “positiva”, afirmaron que Fernández pidió dejar atrás el conflicto por la Resolución 125 (de 2008) y aseguraron que descartó mecanismo de control de exportaciones (estilo Junta Nacional de Granos, desaparecida en 1991 cuando se entregó la comercialización a las multinacionales exportadoras).
Las organizaciones del agronegocio, que apoyaron a Mauricio Macri durante todo su gestión y apostaban a la reelección, le presentaron a Fernández un pliego con catorce puntos, repleto de eufemismos: “previsibilidad económica” (que no haya cambio en los impuestos), menor presión tributaria (menos impuestos para el agro), fin de las retenciones para diciembre de 2020 (el escrito dice “exigimos que se cumpla el fin del tributo”), “modernización del sistema laboral” (reforma de leyes laborales), nueva ley de semillas (Bayer-Monsanto impulsa una nueva norma desde hace una década, rechazada por campesinos y sin consenso entre los agroempresarios), “fomento a las buenas prácticas agrícolas” (mayor flexibilidad para fumigar con agrotóxicos) y una “ley nacional de agroquímicos”.
Vaca Muerta
Publicitada como la clave para la «soberanía energética», de la mano de las multinacionales petroleras, Vaca Muerta avanza con numerosos hechos de contaminación (desde explosiones y derrames), desalojo de campesinos y comunidades mapuches, hasta muerte de trabajadores en «accidentes» (luego de la firma de nuevos convenios laborales entre el gremio y las empresas).
En julio pasado, en plena campaña por Necochea, Alberto Fernández destacó que «sin duda Vaca Muerta es una gran oportunidad», aunque señaló que también había que desarrollar energías renovables y agrocombustibles (otra faceta del extractivismo, tierras y granos para autos y no para alimentos).
Luego de las elecciones de agosto, Nicolás Trotta (coordinador de los equipos técnicos de Fernández) se reunió con autoridades del Instituto Argentina del Petróleo y el Gas (IAPG), poderoso espacio de lobby de las empresas, entre ellas Total, Pan American Energy (PAE), Wintershall, Tecpetrol y Pampa Energía.
De gira por España, el 5 de septiembre, el candidato presidencial Fernández alteró a los defensores del fracking. “No tiene sentido tener petróleo si para sacarlo tengo que dejar que vengan multinacionales a llevárselo. No tengo ningún problema con las multinacionales, pero en realidad mi mayor problema es ver cómo genero riqueza para la Argentina”, argumentó.
De inmediato el diario La Nación, que inauguró una sección específica de «publinotas» sobre Vaca Muerta y las empresas, habló de «polémica» y «preocupación» de las compañías.
El sábado 7 de septiembre, Cristina Fernández de Kirchner presentó su libro en Misiones. En un apartado se refirió a los dichos de su compañero de fórmula: «Vaca Muerta la recuperamos nosotros cuando decidimos recuperar YPF y los recursos energéticos para nuestro país. Vaca Muerta es una oportunidad fantástica para agregar valor a toda la cadena de valor y desarrollo», dijo y agregó: «Cuando Alberto habla le quisieron hacer decir que estaba en contra de las multinacionales. A ver, esta expresidenta luego de recuperar YPF firmó el contrato con Chevron, una de las multinacionales del petróleo más grandes del mundo. ¿Quieren hacer creer acá dentro del país o afuera que estamos en contra de las multinacionales? Fui yo la que hice el contrato entre YPF y Chevron».
El pacto entre YPF y Chevron para explotar Vaca Muerta fue confidencial (a pesar de tratarse de una empresa con mayoría estatal), judicializado y hecho público por el diputado santafecino Rubén Giustiniani. Contaba con una ingeniería legal, con sociedades off shore, para eludir el pago de impuestos. Todo en beneficio de la multinacional.
La aprobación final se hizo en la Legislatura de Neuquén (2013), donde la policía provincial reprimió durante seis horas una manifestación de repudio.
Jorge Nahuel, de la Confederación Mapuche de Neuquén, reconoció que tienen “expectativas positivas porque todos debemos contribuir a un ‘nunca más’ haya un gobierno de derecha, empresarial, especulador, racista y excluyente que sueñan una argentina para pocos”. Sin embargo, advirtió que la fórmula Fernández-Fernández no tiene en su agenda el tema ambiental, pueblos indígenas ni cambio climático. Nahuel cuestionó el apoyo a la megaminería y al fracking realizado por los candidatos del Frente de Todos. “No debemos bajar los brazos, debemos estar atentos y fuertemente movilizados porque nuestra existencia continuará amenazada en la medida que no se modifiquen las condiciones sobre estas industrias que está demostrado son amenaza de muerte no sólo para los pueblos indígenas”, afirmó el dirigente mapuche.
Megaminería
Las gobernadoras Lucía Corpacci (Catamarca) y Alicia Kirchner (Santa Cruz) fueron las impulsoras del encuentro entre una decenas de multinacionales mineras y Alberto Fernández.
“Ya estamos trabajando para que las inversiones en la producción de litio cuenten con un marco legal que brinde seguridad jurídica”, anunció el candidato presidencial ante los periodistas y pidió a los gobernadores y empresas que hagan un “esfuerzo conjunto y tarea de educación para que la sociedad comprenda que la minería es una oportunidad”.
Estuvieron presentes los CEOs y directivos de las principales multinacionales con intereses en Argentina: Glencore, Minera Alumbrera, Livent Corp, Antofalla Minerals, Anglogold Ashanti, Patagonia Gold, Minera Santa Cruz, Panamerican Silver, Don Nicolas SA, Newmont Goldcorp y Yamana Gold, Galan Lithium, Neo Lithium Corp, Liex SA, Lundin Group, Minera Esperanza, Lake Resources, Grosso Group, Loma Negra, Posco, Yamana, Galaxy, Circum Pacific y Buena Vista Gold. “Es necesario avanzar hacia la sustentabilidad social y económica de la minería”, pidió el candidato a presidente y remarcó que “la única solución” para Argentina es exportar. Destacó como ejemplo a la minería y Vaca Muerta.
Alberto Fernández era jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner en 2008, cuando la entonces presidenta vetó la Ley de Glaciares, que había sido votada por amplia mayoría en el Congreso Nacional. “El veto Barrick”, fue denunciado por Enrique Martínez, entonces presidente del INTI.
Rosa Farías es integrante de la histórica Asamblea El Algarrobo, que denuncia el accionar de Minera Alumbrera en Catamarca y rechaza el proyecto Agua Rica. “No nos sorprende que lo primero que haga el candidato es reunirse con las mineras. El extractivismo es moneda de cambio para recibir los dineros extranjeros, entregando los recursos naturales. Nos reafirma que nuestros gobernantes siguen siendo mercenarios, no les interesa los cerros ni la vida ni el destino de los pueblos”, denunció.
Otro campo
El Foro Agrario Soberano y Popular fue un encuentro multitudinario de campesinos, indígenas y agricultores familiares. Se realizó en el microestadio del club Ferrocarril Oeste, durante dos días, y asistieron más de 3500 personas. Impulsado por la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), de allí surgió un plan agrario pensado y debatido desde las bases rurales. Y quedó conformado como un espacio de articulación de decenas de organizaciones.
Ante las elecciones, emitió un comunicado titulado «no votamos a Macri». El Foro Agrario está conformado por organizaciones diversas. Desde claramente kirchneristas, como otras críticas.
El 16 de agosto, luego de las votaciones, el Foro Agrario publicó una solicitada en el diario cooperativo Tiempo Argentino. «Carta abierta al candidato presidencial del Frente de Todos, Alberto Fernández», comenzó el escrito. De detalló la necesidad de apoyar otro tipo de modelo agropecuario, de base popular y campesina, sin transgénicos ni agrotóxicos. Y con tres ejes principales: soberanía alimentaria, tierra y la construcción de un modelo productivo no extractivista.
A un mes de la solicitada, Alberto Fernández no recibió al Foro Agrario. Ni siquiera sus asesores se comunicaron con las organizaciones que impulsan otro modelo agropecuario.
Agustín Suárez, de la UTT, puntualizó que el Foro Agrario cuenta con 21 puntos consensuados para políticas para el sector campesino. Resaltó que si el próximo gobierno implementa esas propuestas habrá realmente una democratización de la matriz productiva, producción de alimentos sanos, precios justos para el pueblo y desarrollo de las economías regionales.
“No hay una real dimensión del espacio rural campesino, pequeño productor, por parte de Fernández. Incluso puede no haber valoración del espacio. Por eso se reúne con la Mesa de Enlace y no convoca al Foro”, alertó Suárez.
Juan Wahren, investigador del Conicet y del Instituto Gino Germani, tiene pocas expectativas: “De llegar a la presidencia, es muy probable que el gobierno de Alberto Fernández continúe y profundice este modelo extractivo primario exportador, justificado en que para salir de la crisis hay que desarrollar Vaca Muerta, generar divisas con la soja y similares y apostar a la inversión extranjera de las megamineras. El mismo relato que se instaló durante el menemismo, neoliberalismo, y que se mantuvo con pocas variaciones hasta hoy en día. El mito del desarrollo basado en los recursos naturales recargado”.
¿Qué grieta?
Los funcionarios kirchneristas inpulsaron el extractivismo. Y la militancia lo justificó de las más diversas formas: desde el «es necesario para el desarrollo del país», un intermedio «es una contradicción secundaria» (la primaria sería la relación capital-trabajo) hasta la crítica a los que luchan con el insostenible «le hacen el juego a la derecha», utilizada contra el Pueblo Qom en Formosa o las comunidades mapuches al inicio de Vaca Muerta.
Con el macrismo al mando algo cambió. Periodistas, académicos y militantes kirchneristas comenzaron a parecer preocupados por los mapuches, las comunidades kollas que enfrentan las mineras de litio y hasta por el desmonte en sus provincias aliadas (Chaco, Santiago del Estero). Descubrieron que el extractivismo es una contradicción primaria, causante de la injusticia social, y que se cobra vidas.
Lo que hasta 2015 era justificado, con Macri fue rechazado y cuestionado.
“Si hubo una continuidad clara e indiscutible entre el kirchnerismo y el macrismo fue el modelo extractivo primario exportador, basado principalmente en el agronegocio, los hidrocarburos y la megaminería. Este modelo se sobrepuso a la denominada ‘grieta’ y los matices apenas pueden verse en si durante el kirchnerismo las regalías, impuestos y rentas que obtenía el Estado se utilizaban tímidamente para algún tipo de redistribución de los ingresos, orientados al consumo popular”, afirmó Juan Wahren, investigador del Grupo de Estudios Rurales (GER) del Instituto Gino Germani de la UBA.
Si el nuevo gobierno impulsa el agronegocio y la megaminería, como todo indica, resta esperar de qué lado se ubican los seguidores (sobre todo la militancia) de Fernández-Fernández.
Rosa Farías, de Andalgalá, resumió el sentir de las asambleas socioambientales, que se mantuvieron en lucha con el kirchnerismo y con Macri: “Desde Menem en adelante que los gobernantes sostienen este modelo. Alberto Fernández va a intentar avanzar con más minería. Pero acá la resistencia seguirá firme. Defendemos el cerro y la vida, sin importar quién gobierne”.
* Por Darío Aranda. Artículo publicado en la revista MU 139. Septiembre de 2019.