El apartheid del Impenetrable

Les venden el pan del día anterior. En el hospital, deben hacer fila aparte. El Registro Civil no los inscribe con los nombres propios de la comunidad. Página/12 estuvo con ellos, los wichis de la selva chaqueña, y escuchó la larga lista de reclamos y denuncias que exhiben. Aquí, la crónica de un pueblo originario que se debate entre el miedo y el abandono.

Desde El Impenetrable, Chaco

«Bienvenido a Nueva Pompeya. Corazón de El Impenetrable», recibe el prolijo cartel después de tres horas de tránsito por interminables y maltrechos caminos de tierra. Tres horas de soledad absoluta, sin un rancho a la vista y sólo monte y más monte que amenaza avanzar sobre el propio camino. Lo único que suplanta a los centenarios árboles son las plantaciones de soja, que arrasan sobre miles de hectáreas de bosque. La zona urbana parece una isla en el medio de un océano verde. Son unas diez manzanas donde viven mil personas en humildes casas de material aún sin terminar. Todas las calles son de tierra. Le dicen arenilla, pero es una capa de varios centímetros de polvo. El aire caliente lo inunda todo, amenaza cocinar hasta el alma. Es el contexto para el infierno de los vivos, como le dicen los wichis, pobladores originarios de esta tierra, al apartheid chaqueño que padecen.

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La larga espera entre la basura

Todos los días, de ocho a cinco, a la intemperie, Alicia González se mete en el basural de José León Suárez y vigila la retroexcavadora que revuelve los residuos. Espera el momento en que aparezca el cuerpo de su hermano, sepultado cuando revolvía la basura.

El aire es irrespirable, pero la vía de acceso al lugar se llama Camino del Buen Ayre. Es uno de los basurales más grandes del país, pero se autodenomina «relleno sanitario». En el lugar se acumulan los desechos de miles y miles de personas, que en horas se transformarán en alimento de otros cientos. Es el Ceamse de José León Suárez, en el partido de San Martín. Hay montañas de basura de hasta treinta metros de alto y en la base de una de ellas está Alicia González. El sol la castiga de frente desde hace horas y ella sigue ahí, inamovible, con la vista fija en una retroexcavadora que desde la cima no para de revolver los desechos. El brazo de la máquina se sumerge en la basura y, lentamente, vuelve a la superficie para volcar su carga a un costado. La maniobra dura medio minuto y durante ese lapso Alicia parece perdida, casi no parpadea y apenas respira: espera el segundo en el que la pala extraiga el cadáver de su hermano, Diego Duarte, de quince años, que quedó sepultado cuando intentaba escapar de la represión policial por el delito de revolver la basura. Al no encontrar el cuerpo, la pala se vuelve a sumergir en la basura, Alicia vuelve a fijar la vista, contener la respiración, los latidos se le aceleran: es una interminable e inhumana agonía que se repite cientos de veces durante once horas diarias, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, todos los días de la semana desde hace un mes. «No salimos en la tele. Somos pobres», resume Alicia su angustia. De repente se calla, vuelve a fijar la vista y parece no escuchar a nadie: otra vez la pala está volcando su carga y ella sólo quiere ver a Diego.

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La megamuestra del agro ahora tiene quien le arruine los festejos

Está abierta desde ayer. Feriagro se presenta como la mayor muestra de la producción agropecuaria. Pero una serie de ONGs le salió al cruce para denunciar los «estragos» que está haciendo el modelo de monocultivo de soja. Habrá actividades, campañas y murgas.

Feriagro es una megamuestra de las corporaciones ligadas a la producción agropecuaria, comenzó ayer y termina el domingo en la localidad bonaerense de San Pedro y se presenta como «el encuentro de negocios más importante del agro». Pero a la fiesta le salió un grano: decenas de organizaciones sociales se unieron en una virtual «contramuestra» para denunciar los estragos que produce el actual modelo agropecuario. Pintarán murales alusivos, contarán los sufrimientos de los pequeños productores y propondrán un modelo diferente del actual, con nuevas estrategias para el poblamiento rural, agricultura familiar, entrega de tierras y tecnologías sustentables. «Cosechas record a la par del aumento de la pobreza», «Por alimentos sanos para todos», «De granero del mundo a republiqueta sojera» son algunas de las consignas del «antiferiagro».

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Una masacre que lleva 80 años de memoria prohibida

En 1924 asesinaron a 200 aborígenes de Napalpí, Chaco. Reclamaban por sus salarios. A los descendientes ni siquiera les permiten recordar el hecho en un acto en las escuelas.
El cacique José reclama una reparación histórica. En el lugar, apenas queda algún vestigio de la matanza.


Cuando se cumplen 80 años de la matanza de 200 tobas y mocovíes, en Napalpí, Chaco, un cacique reclama una reparación histórica que, desde hace décadas, es incumplida: un cartel que indique que allí tuvo lugar la masacre ordenada por el gobernador chaqueño, Fernando Centeno. El 19 de julio de 1924, a la mañana, la policía rodeó la Reducción Aborigen de Napalpí, de población toba y mocoví, y durante 45 minutos no dejaron descansar los fusiles. No perdonaron a ancianos, mujeres ni niños. Asesinaron a todos y, como trofeos de guerra, cortaron orejas, testículos y penes, que luego fueron exhibidos como muestra de patriotismo en la localidad cercana de Quitilipi. Los asesinados fueron más de 200 aborígenes que reclamaban una paga justa para cosechar el algodón de los grandes terratenientes. Para justificar la matanza, la versión oficial esgrimió una «sublevación indígena». A 80 años de la masacre, no habrá actos oficiales, pero los pobladores originarios la recordarán en cada comunidad.

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Sin retorno

Según el gremio docente provincial, este año hay 52.000 alumnos menos en la EGB y 57.000 menos en el polimodal. La necesidad de trabajar o la falta de útiles o calzados aparecen como los principales motivos de la deserción. El ministro de Educación bonaerense afirma que es prematuro hablar de cifras, pero reconoce que la baja de inscriptos existe. En las escuelas ya hay cursos que deben cerrar. Dos historias.

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